A propósito de la última nieve
un textito sobre el dibujo reverso, la figura y el fondo, la luz y lo plano.
Με αφορμή το τελευταίο χιόνι ένα κειμενάκι για το αντίστροφο σχέδιο, τη φιγούρα και το φόντο, το φως και το πλάνο.

En concreto la nieve no dibuja, sombrea; solamente que su sombreado no es una zona oscura producida por un objeto que interrumpa la dirección de la luz sino más bien todo lo contrario, una capa luminosa que se genera cuando la caída de los copos de la nieve se interrumpe por una superficie. Desde el reverso la nieve sombrea con blanco las superficies que encuentra revelando su volumen y sus texturas.
Για την ακρίβεια το χιόνι δεν σχεδιάζει, σκιάζει. Μόνο που η σκιά του δεν είναι μια είναι μια σκούρα ζώνη που προκύπτει επειδή ένα αντικείμενο διέκοψε την πορεία του φωτός, αλλά μάλλον το αντίθετο, μια φωτεινή στρώση που δημιουργείται όταν η πτώση των νιφάδων διακοπεί από κάποια επιφάνεια. Από το “αρνητικό”, το χιόνι σκιάζει με λευκό τις επιφάνειες που συναντά αποκαλύπτοντας με αυτόν τον τρόπο τον όγκο και την υφή τους.

Diríamos que las figuras y el fondo casi se reversan, pero esto no es muy preciso. Los copos de la nieve trabajan a gran escala fabricando un paisaje distinto, continuo, suave, luminoso que cuando se mezcla con las nubes y la niebla fabrica un fondo continuo casi sin fin. Αsí se puede sostener que el blanco de la nieve fabrica poco a poco un fondo infinito borrando, cubriendo lo que existe, “blanqueando” las superficies oscuras, “limpiando” la imagen de lo que era conocida.
Θα λέγαμε πως οι φιγούρες και το φόντο σχεδόν αντιστρέφονται, αλλά αυτό δεν είναι τόσο ακριβές. Οι νιφάδες του χιονιού δουλεύουν σε μεγάλη κλίμακα, διαμορφώνοντας σταδιακά ένα διαφορετικό τοπίο, συνεχές, απαλό, φωτεινό, που όταν αναμειγνύεται με τα σύννεφα και την ομίχλη φτιάχνει ένα ενιαίο σχεδόν χωρίς τέλος φόντο. Πιο σωστά μπορούμε να υποστηρίξουμε ότι το λευκό του χιονιού φτιάχνει σιγά σιγά ένα ατελείωτο φόντο, σβήνοντας, καλύπτοντας αυτό που υπήρχε «ασπρίζοντας» τις σκούρες επιφάνειες, «καθαρίζοντας», διαλύοντας με το λευκό την εικόνα που μας ήταν γνώριμη.

El blanco de la nieve no tiene matices. Es homogéneo y casi plano. Así en términos pictóricos el blanco de la nieve consigue generar las condiciones de una superficie plana. Este plano en muchas ocasiones no trabaja en términos de la perspectiva. La nieve mientras se expande fabrica un fondo sin límites en lo cual las sombras y las figuras de los objetos cubiertos de la nieve se desconectan de la tierra y “flotan” sobre el fondo blanco.
Το λευκό του χιονιού δεν έχει αποχρώσεις. Είναι ομογενές και σχεδόν πλακάτο. Έτσι με όρους ζωγραφικής το λευκό του χιονιού καταφέρνει και δημιουργεί συνθήκες μιας επιφάνειας πλάνας. Αυτό το πλάνο σε πολλές περιπτώσεις δεν λειτουργεί πια με το βάθος και του κανόνες της προοπτικής. Το χιόνι καθώς απλώνεται φτιάχνει ένα φόντο χωρίς όρια μέσα στο οποίο οι σκιές, οι φιγούρες από τα καλυμμένα αντικείμενα αποσυνδέονται από τη γη και «αιωρούνται» πάνω στο λευκό φόντο.

El título del post es el título reverso de una novela que me había regalado hace años el buen amigo Jaime Diaz, “Primera nieve en el monte Fuji”. Sin embargo el post pudiera tener otros títulos, más espectaculares como: “¿cómo blanquear una montaña?”, “limpiando el paisaje”, “limpieza territorial”, “fondo económico blanco” y muchos más.
Ο τίτλος του ποστ είναι ο ανεστραμμένος τίτλος ενός μυθιστορήματος που μου είχε χαρίσει πριν κάποια χρόνια ο αγαπητός φίλος Jaime Diaz, «πρώτο χιόνι στο όρος Φίτζι». Ωστόσο το ποστ θα μπορούσε να έχει άλλους τίτλους, πιο φαντασμαγορικούς όπως: «πώς να λευκάνετε ένα βουνό», «καθαρίζοντας το τοπίο», «γενική καθαριότητα», «κάνει τα λευκά λευκότερα» και άλλους πολλούς.

“Mas, en lugar del sol, llegó la nieve, nieve en cantidades tan formidable como Hans Castorp no había visto en su vida. El invierno anterior no había dejado mucho que desear en este sentido, pero en comparación con el nuevo, parecía que no había cundido nada. Las masas de nieve eran monstruosas, desmesuradas, e impregnaban los ánimos de una especial conciencia de hallarse en un mundo absolutamente excéntrico, como mágico. Nevaba día tras día y durante noches enteras: nevaba suavemente o a raudales, pero no dejaba de nevar. Los escasos senderos practicables parecían desfiladeros entre murallas de nieve más altas que un hombre, auténticas paredes de alabastro, muy hermosas con sus brillos irisados, que servían a los internos del Berghof para escribir y hacer dibujos en ellas y así transmitir toda suerte de noticias, bromas y alusiones picantes. Pero incluso ente aquellas murallas de cristal se caminaba sobre una capa de nieve de un espesor bastante considerable, y eso que se había cavado muchísimo, y uno se daba cuenta de ello porque, de vez en cuando, se hundía hasta la rodilla en alguna zona más blanda y había que tener mucho cuidado para no romperse una pierna. Los bancos habían desaparecido, se los había tragado la nieve. Si acaso, asomaba aún algún pedazo de respaldo. Abajo, en la aldea, el nivel de las calles se había modificado de un modo tan extraño que las tiendas de las plantas bajas se habían convertido en sótanos a los que se descendía desde la nueva acera por los escalones esculpidos en la nieve.
A mediodía, el sol hacía esfuerzos por abrirse camino entre la niebla, como si quisiera disolverla en el azul. Pero estaba lejos de conseguirlo, a pesar de que, por unos momentos, llegaba a verse un trocito de cielo azul, y esa pincelada de luz bastaba para hacer brillar con reflejos de mil diamantes el paisaje mágicamente transfigurado por la aventura de la nieve. A aquella hora solía dejar de nevar, como para permitir una vista de conjunto del resultado obtenido aquel día; es más: se diría que los pocos días de sol, en los que la tempestad se calmaba y el ardor directo del cielo intentaba fundir las deliciosas capas de nieve virgen que mullían la superficie de la masa de nieve de todo el invierno, también servían a tal propósito. El mundo presentaba un aspecto mágico, infantil y cómico. Todos aquellos almohadones blancos tan gordos y esponjosos, como recién sacudidos, sobre las ramas de los árboles, los montículos del suelo, bajo los que habían quedado escondidos arbustos y rocas, todo aquel paisaje sepultado y agazapado bajo un blanco colchón, embozado hasta los ojos como un personaje de teatro, hacían que la realidad pareciese el País de los Gnomos, una jocosa estampa sacada de un cuento de hadas. Mas, si aquel escenario en el que tan difícil resultaba moverse se antojaba cómico y fantástico, el fondo que se veía en lontananza, las estatuas de gigantes que eran los Alpes nevados, evocaban lo sublime y lo sagrado.
A veces se desencadenaban tempestades de nieve que impedían salir a la terraza, porque los blancos torbellinos la invadían y sepultaban los muebles. Sí, sí: también tempestades había en aquel alto valle. El aire inmaterial de allá arriba se convertía en un torbellino, y era tal el aluvión de copos enloquecidos que no se veía a un paso de distancia. Ráfagas de viento de una fuerza que cortaba la respiración azotaban la nieve y la hacían levantarse girando en el aire, como un tornado que nacía en el fondo del valle y llegaba hasta el cielo, siempre girando y girando en una desaforada danza. Aquello ya no era una nevada, era un caos de oscuridad blanca, una monstruosa locura. Una fenomenal aberración de una región que de por sí ya estaba fuera de los límites de la mesura y en la cual el único que parecía sabía orientarse era el gorrión alpino, que de repente poblaba el cielo.
A pesar de todo, Hans Castorp amaba aquella vida en la nieve. Pensaba que, en muchos aspectos, se parecía a la vida en la playa, pues la monotonía sempiterna del paisaje era común a las dos esferas; la nieve, aquella espesa y a la vez finísima nieve en polvo desempeñaba allí arriba el mismo papel que, allá abajo, la arena de amarillenta blancura; su contacto no manchaba: uno se sacudía de los zapatos y de la ropa aquel polvo blanco y frío como se sacudía allá abajo la arena hecha de piedra y conchas del fondo del mar sin que dejase rastro alguno. Caminar por la nieve era igual de fatigoso que un paseo por las dunas, a menos que el calor del sol hubiese derretido un poco la superficie y luego se hubiese endurecido por la noche; entonces se podía andar sobre ella más ligera y placenteramente que sobre un suelo de parqué, tan ligera y placenteramente como sobre la arena lisa, firme, limpia y mullida a la orilla del mar.”
Así comienza Nieve, el capítulo más importante de La montaña mágica. Para muchos uno de los mejores capítulos de la literatura del siglo veinte, junto con Ulysses…
comenta Alfonso Perez Lopez